004 - Burgos.

Estaba persiguiendo sus pasos, uniendo sus huellas como si su olor aún estuviera en aquella ciudad.


Eran los primeros meses de este año cuando ideamos un viaje a Madrid ( Kiwi, H. y éste que escribe) para capturar lo que sería una de mis últimas fotografías de conciertos. Aquello estuvo de puta madre, no recuerdo dónde dormimos pero era Gran Vía y la cama de las más cómodas que he probado estando fuera de casa. Después de aquel intento que resultó ser fallido (lo de la foto, por eso de los porteros que no te dejan entrar con reflex, pero sí con compactas última generación o móviles que graban fullhd; lo del viaje no, el buen recuerdo me lo llevo de sobra), Kiwi y H volvieron a casa y después de aquella visita breve pero intensa a Madrid (Los Suaves, starbucks de moca, amigos-gamer de Kiwi, cócteles varios, malasaña, K*)  yo aproveché la ocasión para subir a Burgos y descubrir el refugio que tienen allí montados M&D.


He descubierto que Burgos está protegida por el Cid Campeador, y un ser de los bosques que encontré en una fuente me dijo que si prestas atención pueden escucharse sus pasos cabalgando por la ciudad. También cuentan que si llegas con el corazón abierto de aventuras, es el mismo Cid quien te da la bienvenida, te tiende la mano y un abrazo de viento, se cuela entre tu abrigo y te enseña la escalera que lleva a los tejados de tejas de colores rojizo y naranja. Yo no llegué a estrechar la mano del Cid, pero si descubrí que Burgos está hecha para correr por sus tejados intentando atrapar las nubes, para formar una familia, para pasear por sus parques o quizá leer un libro bajo los árboles que mueven sus ramas cuando el Cid - ese jinete invisible en su caballo desvocado - pasa cabalgando por sus calles. No estreché la mano del Cid, pero sí lo sentí cabalgar a mi lado.


El caso es que M&D fueron tan buenos conmigo que se merecen mucho más que unas líneas que les hagan justicia y aquí van unas cuantas.


M tiene el acento del sur y D tiene el acento del norte. Juntos son las dos caras de una moneda que bien podría girar y girar sin pararse, ellos son como esa peonza que desafía al sueño de la realidad, así es su vida: como volver a creer en los sueños. Quizá ellos no lo reconozcan, pero en su refugio hay tanto amor que se desborda por las ventanas y atrapa a los que pisan cada valioso metro cuadrado de sus habitaciones. Resulta que yo en secreto los adoro por eso, por juntar dos culturas bajo una misma casa, por demostrar al mundo que si dos quieren es posible construir un refugio. Es decir: habitar el punto medio de esa fría recta que les une, sobrevivir a ese hueco en el pecho llamado distancia. Resulta que los adoro y les admiro, y esto ya no es ningún secreto.


Aquellos días también estuvo C. bajo el mismo techo, y los cuatro fuimos como una familia unida que se va turnando para entrar al cuarto de baño.

Recuerdo los bosques, aquel tobogán hecho de piedra y el otro tobogán de metal donde volvimos a ser niños, el correr de un bar a otro aprovechando el tiempo al máximo, aquel cine donde vimos Extraterrestre que a mí ni-fu-ni-fá pero sí tuvo algunas risas, las conversaciones sobre cine donde no estábamos de acuerdo-pero-sí, "los silencios, a mí me gustan los silencios" de D, los macarrones con chorizo del último día, las horas con C esperando a M mientras conquistábamos los pequeños rincones de Burgos, los gigantes y cabezudos, el carrousel, el río que cruza la ciudad, el parque de El Parral, la inmensa catedral que tiene muchos griales escondidos para despistar y que nadie sepa cuál es el santo, la morcilla, por favor, necesito volver a probar la maravillosa morcilla de Burgos, tantos parques tan llenos de árboles y hojas por el suelo, el café pinchito donde nos sentamos a descansar mientras esperábamos a que D saliese del trabajo, y aquel momento donde en secreto intenté buscar el fantasma de Ella.


Por aquel entonces el invierno se acababa de colar en su pecho y yo necesitaba recordarle que estaba rodeada de verano.

Reconozco que algo dentro de mí quería que Ella siguiese haciendo equilibrio sobre las vías de tren abandonadas, como aquella foto que la inmortalizó hace ya algunos eones, o quizá que en aquel punto se encontrase una puerta espacio-tiempo para llegar hasta sus brazos y poder gritarle que siguiese adelante.

Pero no encontré las palabras, ni la llave que rompiese los universos que nos separaban. Hace tiempo que perdí la magia para cambiar de plano, para rescatarla de cualquier abismo, o quizá lo más correcto sería decir que el hilo que nos unía se rompió separando nuestros universos, no lo sé, quizá un poco de cada, sea como fuere, allí estaba yo, haciendo equilibrio sobre las vías de tren pensado que quizá, si andaba el tiempo suficiente sin caerme, ese pensamiento intenso acabaría desprendiéndose de mí, superaría cualquier barrera, volaría hasta su cuarto y le haría recordar que no estaba sola, que estaba rodeada de verano, que sólo tenía que asomarse a la ventana para verlo.


Lo que suele ocurrir con las vías de tren abandonadas es que no abren ninguna puerta espacio-tiempo, ni siquiera un tren mágico llega a recogerte, sencillamente: nada. No hay ningún signo al que aferrarte. Así que después de aquel conjuro todo volvió a la normalidad, a esa dulce normalidad de la mano de M&D y la siempre bonita C.


Con el tiempo descubrí que si bien es posible que el conjuro fallase, Ella acabó superando el invierno y se adentraba al verano más largo de su vida. Así que en el fondo tenía que estar contento, pues la magia se estaba encargando de la labor de cuidarla, y eso si lo miras por el prisma positivo de la vida, significa que en realidad el conjuro había sido un éxito. Aunque a decir verdad: fuese elaborado por otras manos.

Respecto a mi carrera de aprendiz de mago, yo sigo por ahí, aprendiendo a invocar el fuego, repasando el manual para principiantes y sorprendiéndome cuando un pájaro o un trueno sale volando de mi chistera. También es cierto que todos estos retazos y mi propia historia de magia forman parte de otra mucho más grande, pero ya he hablado demasiado, eso es otra historia que será contada en otra ocasión.






Volví a casa en ¿doce? ¿catorce? horas de autobús acompañado por C, mientras leía Crónica del pájaro que da cuerda al mundo y las praderas verdes o amarillas nos saludaban a nuestro paso.

A mitad de camino hicimos escala en Madrid. Cenamos en un Wok to Walk y se cerró el libro donde guardamos todos esos pedacitos de Burgos. Hoy han salido volando. Quizá lleguen al blog como una bandada de pájaros amarillos.




1 comment:

  1. Me ha encantado. Solo tú sabes transformar la rutina en poesía y recordarnos lo importante de por qué estamos aquí. Te adoro.

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