Éramos jóvenes y estábamos locos.

Intentábamos continuar sin nuestro cuerpo, sólo con la voluntad de nuestras ideas. Éramos jóvenes. Creíamos que podíamos correr más que la muerte y lo creíamos de verdad. Lo nuestro era observar la vida desde el filo sin retorno y bajar de aquella ensoñación con la sonrisa de los supervivientes. Lo nuestro era el descontrol. Aferrarte a la idea de un amor que pudiera hacerte crecer como persona, algo que estimulase todos tus sentidos y que por seguro te acabaría destrozando en el camino.

Lo nuestro era el coraje. Coger cada segundo de la vida y exprimirlo. Si la vida naciese de un tubo de escape a pleno rendimiento habríamos puesto la boca para inhalar todo aquello. Tragarse a pleno pulmón el meollo de la vida. Así funcionaba entonces. Si para sobrevivir hubiésemos tenido que saltar de un tren en marcha lo habríamos hecho. Éramos decididos. No había lugar para dejarse vencer. Si, claro que fuimos aplastados por la vida muchas veces, ¿quién sale de este viaje sin serlo? pero había que pelearlo, ¿entiendes? ese era el camino, golpear más fuerte, correr más rápido, aprender más cosas, llegar más alto. Si masticando pólvora hubiésemos salvado a alguien, lo habríamos  hecho.

Y créeme, no fuimos héroes. Simplemente creíamos en nosotros, la causa no importaba por pequeña que fuese. Lo importante era intentarlo. Hacer algo. Mejorar el mundo. Muchas veces sentimos que el mundo empieza y acaba en esa persona que te mira a los ojos al despertar, y es cierto. Muchas veces no hacía falta nada más. Pero siempre estuvimos conectados a una corriente más grande que nosotros, ¿entiendes? esa era la idea. La meta era el infinito y nosotros queríamos tocarlo con los dedos, llevarnos a la boca un trozo de cielo, masticarlo, saborearlo y luego gritar desde allí que estábamos vivos, que nada iba a pararnos.

Mírame, estoy en la cima del mundo.
Ojalá estuvieses viendo esto ahora mismo.
Te echo de menos.

Maldita sea, éramos jóvenes y estábamos locos.

1 comment: