El grito se ahoga cuando el silencio le cierra la boca,
las palabras se estrellan en la garganta,
se hacen ceniza, resonancias en onda baja,
pequeños cristales corriendo por sus venas.
Quiere ser fuego,
pero es vapor encerrado en un frasco.
El paso se queda en la idea de realizarse,
sus pies descalzos no reciben el impulso,
el segundero se hace cargo de su piel,
como un marionetista de su artefacto.
Quiere ser aire,
pero es un barco atrapado en el fondo del océano.
En su pecho aletea un dragón de hueso,
cuyo aliento son las sombras que nublan sus sentidos. Sus propias sombras.
En sus heridas bailan los gusanos, devoran sus ganas
y crecen hasta ser rinocerontes de ojos en llamas. Sus propios miedos.
Sus ojos ven el movimiento de las nubes, trenes etéreos
de relojes en las ruedas y sueños en los vagones. Sus propios sueños.
Su latido es la luz intermitente de una ciudad en miniatura
dentro de una bóveda donde no deja de nevar. Su propio ser vestido de invierno.
Así trascurre un día sin movimiento.
A veces el tiempo es un corazón que
sigue latiendo
sobre agua salada,
en un bote de cristal opaco.
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