¿Quién es Pliyo Senpai? 02

Almería. Casa. 11/10/2012
02:00

Salgo de la ducha jadeando con los dientes apretados a las 23:20. Me duele tanto el lado derecho de la cabeza que parece que se me fuera a nublar la vista de un momento a otro y fuese a perder el conocimiento. Me duele desde que entré en casa después del entrenamiento. Cuanto más me duele más jadeo. Inhalo todo el aire que puedo acumular en mis pulmones y lo expulso lentamente. Repito el proceso una y otra vez hasta que consigo estabilizarme y el dolor desaparece. No pienso dejarme vencer por el agotamiento. No ahora que soy joven y puedo explotar todo lo que tengo.

Me siento delante del teclado. Me bebo de un trago más de un litro de agua, tan rápido que me pincha el estómago pero no importa, lo necesito y tengo que hacerlo. Respiro. Me bebo todo lo que queda de un segundo trago. Respiro. Aplasto la botella bezoya con todas mis fuerzas y la empujo al fondo de la papelera. Estoy agotado pero la rabia consigue mantenerme despierto. No soporto no tener tiempo. No soporto llegar tarde. No soporto no dar a basto y todo eso está ocurriendo a la vez.

Podría hundirme en la cama y echarme a llorar, pero ¿qué podría decir de mi mismo si me entrego a la derrota sin luchar hasta el último aliento? Nada bueno.


Respiro hondo. Ni siquiera tengo un maldito hueco para escribir. La ansiedad de beber tanta agua de un golpe me arrea un puñetazo en el estómago. Navego por la red mientras se me pasa. Una notificación en Facebook, un favorito en Twitter de algo que escribí hace 156 días y un rettwit de algo que dejé caer la última noche. Ese tipo de cosas siempre me arrancan una sonrisa.

Pero no quiero hablar de Twitter. No esta noche. Hoy han sucedido cosas más importantes.

Salimos una hora antes de clase de Visión Artificial y llevo un grito acumulado en el pecho desde entonces. No soporto sus clases teóricas porque deja un espacio de 140 caracteres entre sentencia y sentencia. No soporto que lea las transparencias pero a eso también te acabas acostumbrando, lo que de verdad no soporto es que antes de la explicación deje caer un largo silencio y pregunte:


¿Alguien sabe cómo funciona esto?

No. Maldita sea, no lo sabemos porque venimos a aprender, pero acepto tu pregunta una vez, puede que alguien lo sepa. Venga, admitimos barco. Nosotros seguimos en silencio y él incide:


¿Nadie? Vaya, otros años...

Y se queda en silencio, un largo silencio donde nadie dice nada. Ni siquiera se escuchan teclear los ordenadores. ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre otros años? ¿Me vas a decir que otros años los estudiantes eran mejores? Claro que eran mejores, me llevan repitiendo eso desde que estoy en la ESO y quizá incluso me lo repetían antes, pero no lo recuerdo porque no llega tan lejos mi memoria.


Que si, que somos la misma basura cantante y sonante, esa lección de golpear la capacidad del alumno ya la han usado otras veces, está bien, reconoceré que huelo peste ¿y ahora qué? ¿vas a suspendernos? Joder. HAZLO. Maldita sea, no te cortes, si es necesario golpea la pizarra y rómpela de un golpe pero acaba ya con este maldito silencio. Señálanos con tu dedo índice, ríete de nosotros salpicando saliva mientras marcas un cero en nuestro expediente y la ceja derecha se te sale de su órbita. Hazlo si es eso lo que buscas. ¿Ya estas contento? ¿Ya podemos irnos?

Él continua a lo suyo: 

Bueno, ¿alguien me dice algo?

Ya hemos perdido más de cinco minutos. Ya has repasado todos nuestros rostros esquivos, ya nos hemos mirado como si esto fuera el salvaje oeste. Y bien, ¿qué es lo que quieres? ¿una idea feliz? ¿o quieres que te pida por favor que lo expliques? ¿Quieres que me arrodille y suplique por los conocimientos?


Esto es algo que estudié cuando hice el Doctorado y...

Tenía que decirlo. SIEMPRE tiene que decirlo y esto es lo que de verdad me mata. Es el único profesor que ha hablado de su doctorado desde que empecé a estudiar y necesita llevar ese ingrediente a cada sentencia. Lo detesto. Lo detesto porque no sabe absolutamente nada. Pero ya está bien por hoy, necesito aparcar este tema, han ocurrido cosas más importantes.


Al llegar a la parada me encontré a Javi. También me encontré a LaMorena que siempre estudia en la 24. Cuando paso mucho tiempo en la misma sala empiezo a inventar apodos para los personajes de siempre y en secreto, comparto con ellos un vínculo del que nunca les hablaré. Nunca nos saludamos pero en nuestras miradas de desconocidos sabemos quiénes somos. LaMorena es un nombre sencillo porque no quiero idealizarla y sin querer, muchas veces lo he hecho pero siempre se me pasa. Siempre creo que en el fondo es sólo apariencia, y eso ayuda a calmar la sed cuando coincido con ella en la sala de siempre, en uno de esos días donde estoy deseando que pase para levantar la cabeza de los apuntes, o que esté ahí fuera cuando salgo a coger aire.

Cuando hablo con Javi voy distribuyendo una mirada para él y otra para LaMorena, porque a ella hay que mirarla, es imposible no hacerlo y hoy lleva medio cachete de culo fuera y eso lo sé porque se ha dado la vuelta con cualquier excusa. No estoy tan cerca como para prestar atención a su conversación y a decir verdad, posiblemente no me interesaría lo más mínimo, sin embargo hoy creo que lo ha hecho aposta porque ella también me mira, al igual que creo que está soltera porque ya siempre me la encuentro sola. No tengo más argumento que ese pero me parece suficiente, hay ciertas personas a las que nunca te imaginas solas, puedes imaginártelas desnudas, puedes imaginarte cómo serán sus polvos o cómo te chuparían el sexo, pero algo dentro de ti te impide imaginar que esta misma noche estará tan sola como tú.

Subo al autobús con otra sonrisa porque el campus me sigue regalando belleza escondida en los pliegues de unos mini-vaqueros. Ella también es de esas que llevan los labios de rojo y por sus piernas y la forma de sus labios, sé que le haría falta muy poco para hacerme perder la cabeza.


Al subir dejo de mirarla, me olvido de que existe y ahí acaba mi momento pasional del día. Todo se queda registrado en mis ojos de voyeur.

Javi y yo seguimos hablando de todo lo que nos gustaría hacer, me dice que ha dejado la escalada, que está dando clases porque no hizo bachiller, y cada hueco libre tiene que usarlo para estudiar para ponerse al día. Cómo le entiendo, una vez entras a la cadena de producción (eso que otros llaman universidad) tienes que suplir todas tus carencias hasta llegar a los mínimos exigidos, o ser uno de esos bastardos que viven de sus pillerías.

La conversación sigue su ritmo. La línea 11 siempre para en el Auditorio, al lado de la playa. La noche ya ha caído y la parada está iluminada, pero aunque no lo estuviese podría distinguir su figura.

Soy una persona cargada de fantasmas porque no puedo olvidar cada relación que he tenido por pequeña que sea, y de todas las personas, aparece ella, la que no esperaba volver a ver nunca más. Y quizá por eso aparece, porque cuando no lo esperas el pasado vuelve como el estribillo pegadizo de una canción.

Allí está Rutina. Mi Rutina. Esperando a coger el autobús mientras habla con una mujer. ¿Es esa su madre? Ya he olvidado qué cara tiene su madre.


Después de la ducha soy consciente de todo lo que ha pasado hoy, el dolor de beber agua tan rápido ya ha pasado, aún no he cenado pero no tengo hambre, estoy saciado, me sacio completamente de emociones cuando soy consciente de que he descubierto una relación invisible a la que decido darle una importancia total y absoluta.

Rutina es la chica que activó el mecanismo de esta palabra sucia. La que hizo que empezara todo esto en aquella historia de balas de vida, y todo porque una noche compartimos un beso en la puerta del Malevaje, pero lo cierto es que a veces un beso es suficiente para romper un muro y si uno lo es, cientos de ellos podrían romperte para siempre.

Rutina siempre será la chica de los labios pintados de rojo por excelencia, y esta vez vuelve para hacer encajar los engranajes, para que yo me pregunte: ¿Ha aparecido por casualidad? o ¿ha aparecido porque he vuelto a escribir en largo? Si pudiese creer en algún dios, estaría lanzando mis plegarias al dios de la muerte por esto.

No creo en el destino. Pero sí creo en el poder místico de la palabra escrita como quien adora la lluvia y no puede explicar el por qué.


Siempre que la veo siento demasiadas cosas que chocan a la vez, como si fuesen partículas de cargas opuestas que se atraen para golpearse formando explosiones.

¿Te diste cuenta de que estaba en el autobús? Nunca lo sabré. Como tampoco sé qué pasará el día que volvamos a vernos. ¿Nos miraremos a los ojos? He vivido en su recuerdo muchísimo más tiempo del que pasé con ella, y muchísimo más seguiré viviendo. Y ahora ¿qué? ¿qué se hace con todas las deudas que no se pueden pagar? ¿qué se hace cuando ya sólo queda su número guardado en la memoria de tu móvil? ¿qué se hace con las heridas abiertas?

Yo las coso al fondo de mi mismo con palabras, me hago un apaño y voy tirando. Si te asomas a mi interior podrás ver un árbol con el nombre de cada una de las personas que ha pasado por mi vida. El suyo no ha dejado de crecer desde que me di cuenta de que ya era demasiado tarde.


De esto hace ya cuatro años. Nunca he encontrado el momento para decirle todo lo que le debo. Para esto siempre he sido un maldito cobarde.
 

Estaba mejor de rubia. O eso me dice el último de los recuerdos etílicos que compartimos. El último maldito momento que acabó con todo. Tan bueno como fatal. Como ella. Como lo fue siempre.

Al final lo único que importa es la certeza de saber que ya es demasiado tarde para mirarle a los ojos y decirle, por primera vez, que la quiero.

Y que desde que empecé a sentirlo, nunca he dejado de hacerlo.


Ahora vamos por carreteras diferentes, pero sé que Rutina sigue conduciendo más rápido que yo.