016 - Londres. La primera navidad fuera de casa.











Ya han pasado tres meses en Londres y escribo esto cerca de casa, desde una biblioteca de cuatro plantas, en Mile End Road.

Cuando echamos la vista atrás siempre se menciona lo rápido que pasa el tiempo, y siempre es cierto. Ahora no podría resumir tres meses en unas líneas, pero podría destacar algunas cosas.

Los primeros días me los salvó Macarena por dejarme dinero para pagar el alquiler. La primera casa estaba en Brockley y los vecinos ponían música a todas horas –hasta las 12 de la noche o la 1 de la madrugada-. En aquellos días las sillas temblaban por la música y el reggae me atravesó la cabeza hasta un punto que he acabado sintiendo un rechazo inconsciente en cuanto escucho esos ritmos.

Compartía piso con Ari, Dani, el alemán del que nunca recordaré su nombre, y el chico que trabajaba de camarero y nunca estaba en casa. Escribo sus nombres o la idea que tengo de ellos porque no quiero que caigan al pozo del olvido. Aunque no llegué a conocerles, siempre se portaban bien conmigo. El piso era excelente, la única pega eran los vecinos. Dos veces Ari me llevó un sándwich a mi cuarto sin que yo dijera nada y esos gestos son algo que nunca olvidaré.

Llegué a Londres buscando eso que llaman futuro, y empecé trabajando diez u once horas, no porque me lo pidieran, de hecho, me han tratado de maravilla y cada día estoy más contento, sino porque quería estar a la altura de mis compañeros. En cuanto pisé la empresa comprendí que (citando a Alan Wake, uno de mis juegos favoritos), el lago que yo conocía era en realidad un océano, y tenía que ponerme las pilas para mantenerme en la cima de la ola.

En los primeros días me sentí como buceando en un mundo lleno de posibilidades. Despertaba con las primeras luces del día con una carga infinita de oxígeno, dispuesto a desenterrar el conocimiento perdido en las ruinas hundidas bajo el mar. Ahí estaba yo, sonriendo a cada desconocido y maravillándome ante las ardillas, o los zorros, ante la lluvia y los parques. Y posiblemente seguiré maravillándome toda la vida. Walt Whitman ya lo dijo a su manera, "podría ir todos los días de mi vida a ver cómo hierve la tetera y prepara galletas de fruta la mujer del granjero".

Los días pasaban volando. De lunes a viernes todo era trabajo y desplazarse. Los fines de semana trataba de leer algo en inglés o descubrir restaurantes cerca de casa. Todo lo que gané me lo gasté en libros, café, cine o en comida. Ahí estaba yo, siguiendo mis principios de llenar la boca de mi niño interior y coser mis alas con palabras.

Un día tomé la decisión de mudarme porque se me hacía imposible gastar tanto tiempo desplazándome, y aquella casa llena de ruido sólo me hacía pensar en muerte y destrucción. Ahora que estoy alejado de aquel infierno de desequilibrios, creo que tomé la decisión más acertada desde que estoy viviendo aquí. Desde ese momento recomenzó mi viaje. La segunda decisión más acertada fue hacerme con una bicicleta, pero eso es otra historia para otra ocasión.

Una mudanza es un tema maravilloso que también da para otra historia. Al igual que las fiestas en Londres o cómo me perdí los primeros días. Pero esto ha estado abandonado mucho tiempo, y no se trata de retomarlo todo de un tirón. No quiero apresurarme. Quiero encontrar un rato de tranquilidad para escribir sin prisas dejando que las palabras se posen con el cuidado necesario.

Ahora estoy en vacaciones. La vida me sonríe. Seguiré en este trabajo algunos meses más –y quisiera seguir en él durante mucho más tiempo- y necesitaba de alguna manera dejar algunas letras en este espacio.

Siempre me ha gustado hacer balance de los años, pero eso también es algo que debería ir en una sección aparte.

Diablos, si todo va en secciones aparte ¿qué carajo has venido a contarnos aquí?

He venido a hablar de la idea de casa. Del hogar. De Almería.

Es la primera navidad que paso lejos de la familia y es una sensación extraña. Echo de menos a mi abuela con su hiperpreocupación para que sea feliz, tenga mujer y trabajo –ya sabemos cómo son las abuelas-. Echo de menos a mi abuelo diciéndome “niño” y preguntándome que cuándo volveremos a desayunar juntos. Aunque casi nunca hablemos de nada y sólo compartamos un silencio que siempre me ha parecido maravilloso. Echo de menos las visitas a la Picasso con mi madre, o acompañar a mi padre a comprar. Es curioso lo que significa la distancia.


Con los amigos pasa lo mismo (ellos también son familia). ¿Cuándo se vuelve? ¿Cuándo hay tiempo para retomar los sueños de juventud? No quiero que nada de eso muera, y siempre camino con la idea de hacer lo posible por salvarlo.

Volviendo a la idea de casa, es curioso que ha pasado casi un mes desde que estoy en la nueva, y a veces me siento un extraño durmiendo en mi propia habitación. Ayer Javi me hablaba de la fiesta que se pegaron en nochebuena en Almería y era como si estuviese allí, bebiendo con ellos y riendo por las cuatro calles.

Y ahí está de nuevo el precio de los sueños, o cómo la realidad te lanza siempre el mensaje de que no puedes abarcarlo todo ni estar en todas partes. “Cada uno somos nuestro propio dios”, pero la omnipresencia lleva su tiempo.

Estos días he retomado mi costumbre de ver varias películas seguidas, lo cual me ha lanzado sin querer a la noche. Koyi siempre me dice que en cuanto tengo vacaciones me sumerjo en la noche y me acuesto a las tantas, y lo cierto es que no puedo evitarlo. Como si me reconciliase con mi otra cara. Como quien trata de poner las cosas en equilibro.

Ahora me duele la cabeza. Como si al estar durmiendo alguien hubiese estado pegando martillazos en mi puerta. Pero ya se acerca de nuevo la madrugada, y poco a poco se aclaran las tormentas, y voy enfocando las cosas con más sentido.

Javi está al otro lado de la línea gritándome “¡vicio!”, Pado estará preparando el desfase con JA. Kiwisito vuelve a hacer lo posible por salvar su curso. Mi primo estará haciendo el amor apasionadamente con su novia. Y siento que de alguna manera todo está en orden aunque no pueda estar con ellos.

Como iba diciendo, ahora que he vuelto a la noche es cuando mi cuarto va siendo realmente mi cuarto. Siento que no son los libros o los muebles lo que hace una casa, sino los momentos que pasamos en ella. Y yo siento que no será totalmente mi hogar hasta que no haya recuerdos arraigados en él.


Pero no hay prisa. Cada etapa trae su ritmo. Carlos me lo dijo al despedirse de mí hace tres meses atrás: “tienes que adaptarte al ritmo de la ciudad”, y es algo que no dejo de repetirme.

Allí en Almería todo estaba cerca. Aquí cada día tienes miles de puertas abiertas, pero abrir una cierra las otras opciones. (Luna Miguel decía algo parecido en su último poemario). Luego cada puerta trae sus propias puertas, y así sucesivamente como una escalera de caracol que nunca acaba.

Lo cierto es que siento que hacerse mayor es planear más las cosas, y yo sigo creyendo que la espontaneidad es la mejor manera de ser libre. Mañana cogeré un vuelo a las cinco de la mañana, y aún no he preparado nada, probablemente cocinaré algo, haré una meriendacena de esas donde no puedes moverte después de comer, y me lanzaré a jugar a algo con Javi si es que él aún sigue conectado. Si no, de nuevo: El cine. O alguno de los libros que me esperan en la estantería.

Luego, a última hora, pensando que perderé el avión, haré la maleta con prisas y con miedo a volar escribiré algo por ahí cuando ya esté en el aeropuerto. Por alguna razón, siento que escribir es lo que me salva, y quizá por eso estoy aquí ahora.



Algún día volveré a esto. Este espacio se merece muchos más cuidados de los que le estoy dando. Me pasa lo mismo con las personas.

3 comments:

  1. transmites mucho. paz. me siento con la capacidad de empatizar contigo sólo leyendote. es genial. muy grande. espero que deseo que la espontaneidad te lleve de la mano.

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  2. jajajjaja me ha encantado esa parte en la que dice "Mi primo estara haciendo el amor apasionadamente con su novia".

    El año que viene intentaremos pasarla en familia como siempre hemos hecho

    Un abrazo!!!

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